La vida de Emeritha cambió completamente cuando ella tenía tan solo 10 años. Inmediatamente después del genocidio de 1994 contra los Tutsi, su familia se mudó a Bélgica.
“Simplemente nos levantamos y nos fuimos, ni siquiera le dijimos adiós a nuestros amigos.”
Si bien era todo un desafío irse siendo tan joven, las cosas en Bélgica iban bien. “No estuvo mal, para nada, crecí bien, comía bien, dormía bien y podía estudiar”.
“Puesto que estábamos escapando de una situación de guerra y trauma, sentíamos que íbamos a un gran lugar, si bien no conocíamos a nadie allí ni hablábamos el idioma. Pero a medida que uno crece, uno empieza a pensar en el lugar de origen, en qué circunstancias tuvimos que marcharnos, y uno termina sintiendo que le falta algo”.
Emeritha siguió estudiando muy diligentemente y asistió a la escuela de enfermería en donde se especializó en salud mental y psiquiatría. Se adentró aún más en ese campo al especializarse en etno-psiquiatría; se trata de un enfoque de la psiquiatría que busca comprender las dimensiones étnicas y culturales vinculadas a la salud mental.
“Después de haber finalizado la escuela empecé a trabajar en Bélgica, pero seguía sintiendo que algo me faltaba. No me sentía en casa, por ese motivo decidí que de una manera u otra tenía que regresar a mi lugar de origen.”
Buscando la oportunidad de cumplir su sueño de ayudar a que las personas pudieran superar sus problemas de salud mental llegó hasta una asociación llamada Sante Mentale en Milieu Ouvert Afrique. Viajó desde Bélgica a Senegal, Mali, Guinea y Tanzania, donde tuvo la posibilidad de brindar apoyo psicosocial y de salud mental a personas con necesidades durante algunos viajes cortos.
Después de un tiempo, tuvo conocimiento de uno de los programas de la OIM que procuraban la participación de la diáspora de Rwanda que estaba en Europa trabajando en el sector de la salud. Se postuló para el mencionado programa y pudo regresar a Rwanda.
Cuando regresé lo que me preocupaba era no estar a la altura de sus expectativas. No poder conectar o comprender a los residentes locales puesto que no hablaba el idioma con fluidez, pero lo sentía en mi interior y en mi corazón: este era el lugar al cual yo pertenecía.
En su tercera visita, se cruzó con una niña de siete años que había sido víctima de un ataque sexual.
“Los niños y niñas se comunican de manera diferente, de modo que lo que hice fue jugar con esta niña, dibujar a su lado o hacer alguna otra actividad que me permitiera ir compilando información. Después de eso logré que se abriera conmigo y me contó cómo la habían maltratado en su hogar. Cuando el médico regresó, tuvimos una charla con él y con los familiares de la niña para poder idear un plan que la ayudara a recuperarse.”
Poder ayudar a esta menor le dio confianza a Emeritha. En ese momento se dio cuenta que había sido una buena decisión retornar al lugar al que pertenecía.
“Regresé a buscar algo que me faltaba; la gente que dejé, los lugares en los que vivía y de los cuales me tuve que ir, los sitios donde jugaba.”
“Me sentía como un árbol que había sido arrancado de raíz y plantado en otra tierra. Ese árbol seguramente no va a crecer de la misma manera. Cuando se lo lleva de regreso a sus orígenes, comienza a crecer, a florecer y a verse saludable otra vez.”